Sin talento para la tristeza
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Opinión:
  La frase no es mía, es de una colega, cubana de pueblo entero, de esas que fijan los límites del riesgo e inflaman la locura del amor, sin medida ni razón.
  Ese es mi pueblo cubano, un pueblo sin talento para la tristeza, entero, sin complejos, desmesurado y sin fronteras, empapado de especias, café, tabaco, ron, sexo y sobre todo, obra.
  No hay vida completa sin sudor, sangre, pasión, entrega total, y si algo me ha dado la Revolución cubana ha sido eso, la capacidad de empinarme para medirme con esos héroes cotidianos, obreros del machete, soldados de la bayoneta, madres del cariño y sobre todo, las manos amorosas de nuestras médicos, la entrega total de nuestros profesionales, la alegría infinita, en cada escuela, en los ojos de los nuevos, el esfuerzo de un pueblo todo.
  Un estúpido decía, sin entender que no hay ofensa posible sin rasgo de verdad, cuando el valor de la palabra trabajo la sembré de niño, creció en mí de adolescente en los campos cubanos, floreció de adulto en la Universidad de mil colores en La Habana y fructificó con mi medalla de Vanguardia Nacional en mi pecho, perdido yo, detrás de esos macheteros curtidos y los obreros estriados, pero inmensos en su estatura de héroes.
  Las medallas y los uniformes no te protegen de las balas, como lo vi en el rastro callado de las batallas en Vietnam y Cambodia, Panamá y Bolivia, a donde fui, como quien va a un templo, a conocer la tierra donde regó su sangre San Ernesto de la Higuera, hombre completo que fue, además de padre, combatiente y compañero, capaz de crear al hombre del siglo XXI a pesar de sí mismo.
  Es por eso que hoy les digo, en esta tarde de lluvia incansable, donde el corazón se me estruja pesando en los míos, ajetreados protegiendo vidas y bienes: primero muerto que entregar la esperanza, porque la tristeza no tiene cupo ante tanto valor de vida.
Por Pedro González Munné